jueves, 10 de marzo de 2011

Nacho Vegas y su manual de usuario del desamor


Pese a que no es un hombre viejo, Nacho Vegas (1974) da la impresión de estar de vuelta de todo. Le rodea un halo de malditud que ha merecido con justicia, pero también es alguien de contrastes. No esconde sus fragilidades ni sus errores, pero una y otra vez afirma guardar distancia entre vida personal y obra. Habrá quien se lo creo, pero es innegable que diversos trances de su biografía –una vez decantados- se convierten en la materia prima de canciones sólidamente elaboradas, rotundas y prominentes en frases afiladas, que calan como dagas.



Llega el quinto disco firmado en solitario y el nativo de Gijón confecciona una manual de usuario para lidiar con el desamor y la ruptura. Atrás tiene la malograda relación con la artista Christina Rosenvigne y la necesidad de ir hasta un tema tan recurrente como esencial para los humanos. Por ahí algún novelista afirmó que sólo vale la pena escribir acerca de la muerte, el amor y la nariz de Cleopatra; ahí están Eros y Tanatos, mientras que la nariz de la emperatriz egipcia simboliza todo lo demás, lo imaginable y pretextable.



Vegas es tomado por un tipo duro, un noctámbulo irredimible; no le debe resultar tan sencillo defender en público a una colección de canciones sobre la perdida y la derrota. ¿Qué hacer ante frases como: quisiera que me quisieras y yo no quisiera quererte? Nacho ha sido bien templado por la existencia, no se inmuta para describir lo que siguen siendo para él este tipo de canciones: “El amor es un sentimiento muy extremo. Algo muy poderoso y a la vez inservible, algo que no vale para nada pero que es muy importante. Las cosas importantes de la vida son así: inútiles y necesarias a la vez. Por eso tantas canciones y tanta literatura sobre el amor”.



Y es que por más que trate de disimular, los dardos mojados en hiel pasional salen disparados rumbo a Christina: “Hoy es el día en que los planetas se estrellarán mientras tus concedes entrevistas”. Pero nadie puede decir que no sepa de maniobras estratégicas. En La zona sucia se dan unas cuantas, que merecen repaso. Por un parte, se aleja de las guitarras –fieles compañeras desde Manta Ray-; claro que las hay, pero con contención, en su lugar los arreglos de teclados predominan de parte de un inspirado Abraham Boba. Aunado a ello ha simplificado el lenguaje hasta llevarlo a territorios de la gente común, acompañados de melodías más simples.





Y la más importante, recurre a un elemento que tan bien quedara en uno de sus temas emblemáticos; en “El hombre que casi conoció a Michi Panero” había coros infantiles y de nuevo los hay en momentos claves del disco. “Perplejidad” y “Taberneros” no serían lo mismo sin esos chiquillos cantando. Los temas toman la engañosa presentación de canciones de cuna –Nanas les llaman en España-, pero de un vertiente siniestra. Parecen inocentes e infantiles en cuanto a su forma, pero destilan veneno en su interior. Las dos mencionadas, junto a “La gran broma final”, constituyen el núcleo del álbum y pasaran de inmediato a lo mejor del cancionero de un compositor avezado y mañoso. Esta última canción es todo un himno acerca del finiquito de una pareja, por lo que abundan frases dolorosas: “Cuando no consigues ser feliz y te asustas como una animal es el día de la gran broma final”.



Esa investidura de artista oscuro lo haría pasar por hosco e irascible, pero en su impredecibilidad se revela sereno y complaciente. No se descoloca ni cuando César Luquero de Heineken España le inquiere si se trata de una canción expresamente dedicada a lo que vivieron Nacho y Cristina: “partí un poco del final de mi relación con ella. Pero cuando vuelcas experiencias personales en las canciones, acabas encontrándote con que debes transformar esa realidad en otra cosa. Esa canción la reescribí bastante y, aunque partió de esa ruptura, no la siento como una canción personal o autobiográfica, sino como una canción que expresa la rabia e impotencia ante un sentimiento de pérdida”.









“Yo creí nuestro amor era infinito como la arena”







Pero en “Taberneros” tampoco se guarda nada: “Ya se fue mi amor, lo sentí marchar, esta noche me voy a emborrachar”. Una tonada con resabios del folklore asturiano, hecha y rehecha en varias ocasiones y para la que convocó a Alicia y Mar Álvarez, componentes de Pauline en la Playa. Juntos logran un incontestable y etílico conjuro de madrugada: “Si dices: dame tu corazón; me lo arrancó y te lo doy, pero yo digo: amor quédate; tú me respondes… me voy”. Por ello, no sorprende que la prensa española insista acerca de la utilidad de afrontar las contradicciones del amor a través de las canciones: “no solucionan gran cosa. No solucionan nada, la verdad. Las canciones son preguntas con las que nunca obtienes respuestas, sino otra pregunta que te lleva a otra canción. Eso es lo importante, el camino, no el sitio al que quieres llegar. Estos sentimientos confusos y caóticos te empujan a escribir canciones pero, como mucho, constatas ese caos, ni siquiera lo ordenas”.







Vegas ha construido una obra que tiene varias capas de profundidad, por ejemplo, en lo superficial se encuentra la referencia a la Fórmula 1 en el título; apenas es tangencial esa referencia a la zona de la pista donde se concentran los desechos de las llantas de los autos, más bien pasa por las sensaciones que provoca -de desazón e incertidumbre-. Con todo tenemos delante a un hombre plantándole la cara a los temores: “A medida que uno cumple años va acumulando miedos, pero es importante no sucumbir al miedo que llega desde fuera. Hay un miedo muy peligroso que es el miedo al miedo. El miedo es un instrumento que algunos utilizan para que calen determinadas maneras de pensar. Al final, siendo un poco determinista, uno sabe que todos vamos a acabar igual. El miedo al paso del tiempo es común a todos, en mayor o menos medida. Sabes que es una batalla perdida, pero tienes que afrontar dicha batalla lo mejor posible, aunque sepas que vas a perder. Luchar contra el miedo es vivir, básicamente”.





Nacho no es alguien que colapse fácilmente, todo lo contrario; tras una larguísima estadía con la independiente Limbo Starr, ha decido aliarse con dos colegas que ven las cosas más o menos de forma similar. Fernando Alfaro y Raül “Refree” Fernández, con el apoyo logístico de I’m An Artist –su casa de managment-, le acompañan en Marxophone, sello dedicado a la autoedición mediante el que probar nuevas formas de organización, distribución y trabajo, con especial enfoque hacia los vinilos. Lo que ha permanecido inalterable es la alineación del grupo: Xel Pereda (guitarras), Luis Rodríguez (bajo), Abraham Boba (teclados y acordeón) y Manu Molina (batería).





Con músicos tan capaces en plan de complicidad no se le complica encontrar la mejor forma para encauzar sus obsesiones, como lo es la buena literatura; de hecho, dos canciones surgen a partir de novelas: “ “La comedia humana” está inspirada en esa novela de William Saroyan. Lo mismo ocurre con Carson McCullers y “Reloj sin manecillas”. Son esas cosas que forman parte de tu vida y que acaban entrando en las canciones. Creo que todas las personas y todas las canciones pertenecen a algún sitio. Desconfío de la gente que asegura que no pertenece a ningún lugar”. La estela de un negro sentido del humor se prolongó hasta la fecha misma de lanzamiento.



De por sí mucho se dice en blogs y prensa del corazón sobre la ruptura Vegas-Rosenvigne, no se pudo contener la carcajada de saber que llegaría a tiendas el 14 de febrero. Siendo un tratado acerca del amor-desamor, Nacho no encuentra que ello pueda lastrar al disco: “Los temas son los mismos pero, dependiendo de la edad, puedes verlos de manera distinta. Es todo un aprendizaje, un camino. Incluso reduciéndolo todo a cuatro cosas, puedes encontrar algo nuevo. Por eso puedes escuchar una canción que habla de lo de siempre pero que tiene algo… algo que tú sabías que estaba ahí pero que no habías logrado expresar. Cuanto más escuchas, más cuenta te das de lo que tienes que aprender. Por eso veo difícil el repetirse”.


Así las cosas, La zona sucia nos lega al menos tres canciones indelebles de entre las 10 que la conforman –duración ideal para discos de acetato-, en su interior hallamos a un hombre que aun no llega a los 40, pero que ha exprimido suficiente jugo a la existencia. Hoy puede decirse que perdió una batalla amorosa de las históricas, pero sigue de pie… incombustible, y aferrado a lo que mejor sabe hacer… componer canciones: “Lo que pasa es que ver la felicidad como objetivo es difícil, porque la vida está hecha de momentos bajos y altos. Con tener un mínimo de humor y poder pasarlo un poco bien ya me parece suficiente… decir que la felicidad es un objetivo me parece un exceso de idealismo. Mientras haya cosas que te sigan desconcertando siempre habrá canciones, porque el desconcierto es condición sine qua non para que haya canciones”.

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